Jet-Set Edición 132 - (Page 5)

Jet-lag Sociales para extranjeros Me sucedió hace poco, cuando fui al dentista. En la sala de espera había un paciente español que leía una revista de sociedad sin entender nada. Al poco rato terminó haciéndome preguntas. No sé si a alguno le ha sucedido, pero explicarle las sociales a un extranjero es bastante difícil. -Y este que sale acá, casi en todas, ¿quién es? –me preguntó mientras señalaba una foto. -Es uno de los columnistas más importantes que tenemos. Se llama Poncho. -¿Poncho? ¿Y cómo va a ser tan importante si sale vestido como un payaso? -Es que acá la gente importante a veces se viste así, con cosas raras. Usan pareos, se disfrazan. Por eso son importantes. -¿Y esta señora tan fea? –insistió, con ese tonito español que para nosotros es maleducado. -No es una señora. Es José Gabriel, sino que una vez se puso una falda escocesa. Seguramente es una revista vieja. -¿Y por qué repiten tanto esta misma foto en Cartagena con el mismo latin lover? –me seguía preguntando. -No, no es la misma foto. Son tres fotos distintas, de tres hermanos parecidos que siempre van a fiestas en Cartagena: los hermanos Cardona. -¿Y qué hacen los hermanos Cardona? -Pues uno es actor. -¿Y los otros a qué se dedican? -Pues –hice un silencio mientras se me ocurría algo Pues a ser hermanos del actor: ¿a qué más? -¿Pero es que acaso no era gente importante la que iba a los eventos? -Sí, sí –asentí avergonzado, y traté de cambiar de tema –Mira estos otros: sí son importantes. Son los hijos de Uribe, nuestro redentor. -¿Cómo así? ¿Estos que salen en estos desfiles de modas? –preguntó extrañado-: ¿pero acaso en estos países tropicales los hijos de los presidentes no son personas serias que también acaban de presidentes? -Si fueran serias no acabarían de presidentes –le dije, mientras ganaba tiempo para que se me ocurriera algo mejor.- La verdad es que ellos son dos empresarios a los que les gusta integrarse con el pueblo –improvisé. -Pero si acá no se integran con el pueblo: se integran con modelos- arremetió él. -No, no: son mujeres del pueblo, por eso están flacas, porque pasan hambre. Era difícil manejar la situación. Me dediqué a justificar lo que iba saliendo página tras página para que este hombre no conociera a fondo nuestra decadencia, aunque reconozco que me retorcía de la pereza de estar defendiendo ese pequeño circuito social tan reiterativo como intrascendente. En la mitad de la revista sucedió lo peor: en un almuerzo campestre aparecían unas damas de la alta sociedad, que a todas luces eran muy generosas: se notaba que compartían la misma tarde, el mismo abolengo, la misma decencia. Y el mismo cirujano. -No puede ser –dijo el español, con sarcasmo:- ¿quiénes son estas momias? Debo reconocer que ante esa ofensa se me subió la sangre a la cabeza. No iba a ser yo quien permitiera que este personaje se refiriera de esa forma a mujeres tan prestantes como las que aparecían retratadas: damas que, como doña María de Chávez, o doña Olga Duque, o María Eugenia Rey, o doña Gloria Zea, o Marta Isabel Espinosa, son ejemplo de valor y templanza. Sobre todo de templanza. Y en partes muy concretas, como los pómulos. Como vi que el español se iba a venir de nuevo al ataque, me le adelanté con un timonazo que cambió el tópico de la conversación: me permití un recurso para que lo que estaba a punto de despertarle burlas, le despertara envidia. -No permitiré que critiques estas fotos de nuestro museo de cerale dije, con voz orgullosa. -¿Cómo así? –me preguntó con los ojos abiertos. -Este –le respondí con suficiencia, para que acabara de morder el anzuelo- es uno de los más bonitos museos de cera que hay en el continente. Y como me miraba desconcertado, insistí: - Mira qué bien están vestidas todas, mira las pashminas, las pavas, las gafas oscuras puestas como balacas. Y el tamaño: parecen reales - Ni tan reales –me interrumpió con su mala leche- se nota que son muñecos: mira los párpados por ejemplo. Están muy estirados. - En absoluto –le respondí-. Solo les falta respirar. - Bueno, eso y más: deberían hacerles un remiendo en el cuello, por ejemplo: a esta se le ve el aserrín - Pues muy extraño –le repuse, más ofendido que bravo-. Cualquiera sabe que están hechas del mejor material. - Sí –me concedió el maldito-. Creo que es plástico. Justo en ese momento, y como enviado por Dios, el odontólogo me hizo seguir. Me entregué con placidez al taladro de la fresa. Sin duda esa tortura era mejor que inventarme más excusas para justificar lo que muestran nuestras revistas de sociedad. • febrero 2005 POR DANIEL SAMPER OSPINA FOTO: ©zizza/07 jet-set

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